lunes, 11 de abril de 2011

EL ASESINO SUICIDA HOLANDÉS




El joven holandés de unos veinticinco años que, a unos 30 kilómetros al sur de Amsterdam, en Alphen aan den Rijn, en un centro comercial lleno de visitantes, mató a seis personas, hirió a once y se suicidó, sugiere dos cadenas de acciones similares. Por un lado, las protagonizadas por jóvenes impulsados por el terrorismo islámico. Por el otro, las perpetradas en la propia Holanda: en un colegio, 1999, en otro instituto de enseñanza, 2004, y al paso del cortejo real, 2009, que no sé si culminaron con el suicidio del protagonista.

A nadie se le ha ocurrido, supongo, entroncar este comportamiento con el de los terroristas islámicos. Este holandés no era, parece, ningún creyente radicalmente comprometido con sus creencias religiosas y sus esperanzas ultraterrenas nutridas por el Corán y sus exegetas y hermeneutas. Era, en cambio, un desequilibrado equiparable a tantos otros que estallan en espacios públicos de EEUU y Europa, no en toda Europa sino en la del Norte.

Un cliente del centro comercial que vio los crímenes apuntó al modelo de EEUU: "Este tipo de historias siempre las ves en la tele hablando de la América profunda, nunca te imaginas que va a pasar en tu propia ciudad." Y sin embargo suceden. ¿Por qué? Quizás, propongo, porque noratlánticos de América y de Europa comparten cierto sistema de creencias comunes que premian la actuación personal y diferenciada, que empujan a afirmar, si en público tanto mejor, el yo distinto, diferenciador, ávido del reconocimiento público -generador de miedos y castigos individualmente administrados. Podemos comprender conductas patológicas como las de este criminal porque compartimos el núcleo de esas creencias comunes, porque él y nosotros hemos sido y seguimos siendo socializados en ellas por los mensajes contínuos, imperativos, a veces amenazadores, a veces gratificantes, de los medios audiovisuales, donde ficciones y realidades se alimentan mutuamente. Siquiera por algunos minutos, el asesino suicida holandés supo comunicarse absurdamente con nosotros. No queda más allá de nuestra comprensión, como el terrorista islámico.

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