JOAN B. CULLA I CLARÀ
Se agotó
la inercia
JOAN
B. CULLA I CLARÀ 25/11/2011
De todos los sondeos publicados con anterioridad al
pasado 20-N sólo uno, el del Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat (CEO),
situaba a Convergència i Unió en cabeza de la intención de voto de los
catalanes, lo cual le valió al citado organismo toda clase de vituperios
partidistas, acusaciones mediáticas de servilismo gubernamental, etcétera.
Bien, puesto que ninguno de aquellos feroces críticos se toma ahora la molestia
de rectificar y disculparse, sea este párrafo un pequeño reconocimiento a la profesionalidad
y el rigor del director del CEO, Jordi Argelaguet, y de toda su gente.
Enhorabuena.
Y ahora pasemos a hablar de cosas tristes. En la
derrota socialista del domingo en Cataluña son varias las singularidades que
merecen un subrayado. En primer lugar, su magnitud: el PSC ha bajado, respecto
de 2008, 18,76 puntos porcentuales, más que en ninguna otra comunidad autónoma;
de extrapolarse la pérdida de 11 escaños sobre 25 al conjunto del Estado, el
PSOE se habría quedado hoy con 95 diputados. Y sí, claro que la culpa es de la
crisis, pero algo habrán tenido que ver también las debilidades específicas del
cartel y de la campaña electoral del PSC.
No se trata de cargarle todo el muerto a Carme Chacón.
Sin embargo, cuando nuestro sistema financiero se hunde bajo el peso de la
burbuja inmobiliaria, ¿la que fue ministra de Vivienda en el momento álgido de
dicha burbuja no tenía nada que decir al respecto? Y esas declaraciones
melifluas en entrevistas preelectorales ("no ha sido necesario que el PSC
votase diferente del PSOE") y aquellos caracoleos verbales sobre sus
ambiciones futuras ("a ver quién se atreve a decir que una mujer y
catalana no puede liderar el PSOE"), ¿no han acabado por formar un cóctel
indigerible para muchos votantes de sensibilidad catalanista? Y el intento de
convertir las generales en un plebiscito contra los recortes del Gobierno de
Artur Mas, y los arrumacos a la huelga corporativa de los médicos, y el vídeo
del muerto por desatención sanitaria, ¿no han sido otros tantos bumeranes o tiros
salidos por la culata?
Como quiera que sea, el mal venía de muchísimo más
atrás. No me parece exagerado afirmar que el PSC, como partido y como proyecto
nacionales, tocó techo de la mano de Pasqual Maragall en las elecciones
catalanas del otoño de 1999, aunque no lograse alcanzar la victoria. De
entonces acá, y por mucho que en el ínterin haya acumulado el máximo de poder
institucional, el Partit dels Socialistes no ha hecho otra cosa que rodar
pendiente abajo, impulsado por las circunstancias y por la inercia, aunque
pedaleando cada vez con menos fuerza.
En este sentido, la formación del primer tripartito de
izquierdas -y más todavía del segundo- no fue obra ni mérito del PSC, sino una
apuesta de Esquerra Republicana cuya rentabilidad real para los socialistas
aparece más que dudosa a la luz de los escrutinios de 2006 y 2010. ¿Y qué decir
de la inopinada victoria en las generales de marzo de 2004, bajo el impacto
emocional de las bombas de Atocha y las mentiras de Aznar? Déjenme escribirlo,
sin ánimo de provocar: los ya míticos 25 diputados de 2008 fueron un espejismo,
el último; una ilusión política fruto de la destreza de Pepe Zaragoza a la hora
de explotar los cuatro años que el PP acababa de pasar, constituido en rehén de
las teorías conspirativas y los delirios españolistas de la caverna mediática.
Pero esos 25 escaños no eran el fruto de la labor de un partido pletórico,
cargado de energía y proyectos, sino el botín de un aparato rutinario,
burocratizado y sin alma.
Desde mediados de la pasada década como mínimo, el PSC
recordaba al pollo sin cabeza que sigue volando aún decenas de metros. Pero, en
el último año, el ave descabezada ha topado con la altísima pared de la crisis,
y se ha estrellado tres veces sucesivas. A sus militantes y cuadros les toca
sacar las conclusiones correspondientes.

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